viernes, 9 de diciembre de 2011
Reciprocidad
lunes, 21 de noviembre de 2011
Soll seife werden
Ninguno de nosotros creyó que fuera cierto, no al menos de la forma en la que nos lo dijo aquel viejo maestro: El jabón se hace con grasa animal, con grasa de cerdo. Aquello nos pareció un disparate, pues era un contrasentido que la mugre se quitara con grasa; pero se lo dejamos pasar, inocentes -entonces- de que los humanos lo usáramos todo en provecho propio. Esto fue hace muchos años, cuando apenas éramos unos críos.
-Herr Kapitän, ya están preparados los elementos en el baño- me anunció a boca de jarro el Cabo Weigel, asustándome y alejando mis recuerdos. Así que, con gesto enérgico, dejé sobre el escritorio la lista de la nueva carga que había traído el tren y fui a lavarme las manos.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Generalfeldmarschall
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Mann der Seife
Sorprendió mucho a propios y a extraños que, cercana a los cuarenta y largos, la señora Listz anunciara con toda la pompa y la relevancia necesaria e imprescindible su casamiento. Primero, porque Emma Listz no fue bonita ni mientras aprendía a caminar y, segundo, y no menos importante, porque el esposo era un hombre de jabón.
Aunque aquello la convirtiera durante meses en el centro de toda la comidilla local, Listz siempre llevó la cabeza muy alta y no tenía ningún reparo en elogiar las cualidades de su nuevo marido, para ella inherentemente superiores a las taras de muchos otros hombres. Por ejemplo, cuando, una vez durante un té a media mañana, le comentaron lo inexpresivo de su hombre, respondió que no tenía que preocuparse para nada del siempre desagradable asunto de la higiene masculina, o de la falta de ella. No quedó otra opción a sus amigas que aceptar lo obvio. Algunas, por lo bajo, la envidiaron.
Y aunque no tardaran en tildarla, con malicia sin duda, de pobre loca solterona, la señora Listz vivió feliz mientras pudo con su obediente y seco marido de jabón, aunque entre dientes siempre protestaba de su escasa iniciativa y de lo complicado de las noches, en los que el tacto (aunque Listz presumiera siempre de las suaves caricias de su hombre) se terminaba volviendo demasiado pegajoso, cuando ella simplemente lo habría deseado cercano. Resolvió que ambos debían dormir en camas diferentes. A fin de cuentas, cuadraba bien con la mentalidad de la época; al menos esto fue aplaudido por los moralistas provincianos y los párrocos, pero al parecer fue la causa principal del divorcio y de la ruptura total varios años después. Aún a su edad, la señora Listz necesitaba todavía algo de los hombres, algo que su estoica pareja no podía otorgarle de ninguna forma convencional, aunque sí de otras tantas bastantes higiénicas.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Maruja no puede correr
lunes, 24 de octubre de 2011
Interiorizando heridas
domingo, 16 de octubre de 2011
Catarsis
sábado, 8 de octubre de 2011
Ay, Inés
Cuando Inés le preguntó si la amaba, él le respondió que claro que sí. Entonces ella quiso saber por qué la amaba. Él tragó en seco y cuando iba a abrir la boca para decirle algo, Inés lo detuvo, advirtiéndole que -por favor- no le respondiese que era porque ella era hermosa u otras banalidades por el estilo. Como él se quedó en silencio, Inés decidió dejarlo.
viernes, 30 de septiembre de 2011
Pesadillas (II)
lunes, 26 de septiembre de 2011
Pesadillas (I)
Lamia Paz comía pesadillas ajenas. Solo pesadillas, porque, según ella, le gustaba mucho lo amargo.
Ni siquiera le echaba azúcar al café. Y según comentaba se dejaba caer con bastante frecuencia por funerales en los que no conocía a nadie.
En sus ratos libres veía por televisión debates parlamentarios.
A veces me despertaba en mitad de la noche y la veía observándome fijamente, casi sin pestañear, con sus enormes y apagados ojos verdes. Ella no dormía nunca cuando compartíamos cama. Supongo que, si lo hacía, era sola, recluida, y durante el día, cuando apenas la veía o, más bien, apenas se dejaba ver.
Pero durante la noche era como un foco sobre mí. Yo siempre tuve el sueño intranquilo y agitado, por lo que dormía mucho mejor cuando Lamia estaba a mi lado, pero también me despertaba notándome más vacío, como si me faltara algo que me hubieran arrancado lenta y laboriosamente durante horas.
Al principio pensaba que estaba demasiado limpio, con la cabeza muy pura y las ideas más frescas y ligeras, pero después la sensación terminó resultándome algo más que desagradable.
Incluso los malos sueños tenían un importante valor, que ella estaba devorando por instinto, necesidad o placer. Nunca llegué a saberlo bien.
jueves, 22 de septiembre de 2011
Consuelo
lunes, 12 de septiembre de 2011
Ave Fénix
martes, 6 de septiembre de 2011
Lejía
No gotea y apenas deja mancha. Con esta particular enseñanza los oráculos de la higiene nos prometen una vida mejor. Ventajas del producto revolucionario. Visión de mercado. Veda abierta al conformismo. Un subconjunto de mercado se abre paso con las nuevas pautas de una sociedad sin olfato. Nadie, jamás, va a oler el producto que se utiliza para limpiar sus restos.
Ssssnif. Es genial.
Huele a victoria. Victoria sobre las manchas. En el futuro ya lo saben y nos lo traen. Nos traen LEJÍA. Porque la necesitamos. Filantropía intertemporal.
La publicidad. Esa puerta al espacio-tiempo más salvaje. Los cowboys de la sugestión acechan. Usen mi producto. Pero úsenlo. Revuélquense en lejía de tiempos futuros y seguramente mejores, a menos que a Irán le dé por armar la Bomba. Tal vez podamos oxidarla. Con lejía.
Porvenir desalentador. Pero siempre podemos lavarlo. No gotea y apenas deja mancha.
Esa chica que viene del futuro nos trae la solución. El cáncer puede esperar.
Limpien.
jueves, 1 de septiembre de 2011
Mostaza
Le convenció mi idea. Tras inmovilizarlo en su sillón, aislé a base de silicona todas las ventanas, hasta que convertí aquella sala en una auténtica cámara de gas del Tercer Reich. Cerré las persianas y le dejé a oscuras. Me dio las gracias. Pere no contaba con el factor sorpresa, y además yo no sabía dónde conseguir el famoso gas mostaza, así que vertí sobre él y el resto del mobiliario una lata de gasolina y lancé una cerilla. Se hizo la luz.
sábado, 27 de agosto de 2011
Fumar mata
Y alguien abrió el cajón de las obviedades. Meditamos el hecho de haber tirado mucho y muy bueno en el fondo de una pitillera, pero la verdad es que las conclusiones olían a humo. Olían fatal. Más obviedades.
En otro tiempo, dijeron, los monos probaban primero lo que fumamos. Eso ahora amplifica los costes hasta un techo intolerable y se ha convertido en pasado, en pieza de museo. En fin, dijo Charlie, tengo un cáncer de garganta al que hay que hablarle de usted; mirad, sé de lo que hablo.
miércoles, 24 de agosto de 2011
Buenos modales
miércoles, 17 de agosto de 2011
Pienso, luego no existo
domingo, 14 de agosto de 2011
Ángulos rectos contra curvas
Los dos señores con bombín, Mr. Montag y Mr. Allman, pasaban una acalorada tarde de agosto en una acalorada y reñida discusión que tenía en vilo y al pie de la exasperación a todo el café.
Mr. Montag, hombre de moral intachable y de rectitud envidiada en cada rincón del país, defendía estos valores a ultranza y hablaba de las bondades y maravillas del ángulo perfecto, del símbolo y del hecho. Algo que Mr. Allman no podía asumir, de ninguna forma. Mr. Allman era un amante casi literal de la curva, a la que llamaba madre de todos los cambios y motor del dinamismo. Mr. Montag de estas cosas prefería no saber casi nada. Es más, le alteraban mucho, siendo un hombre tan dogmático, tan convencido de sus argumentos, tan propio.
La discusión ascendía gradualmente hasta amenazar con echar abajo todas las líneas maestras del café, pero nadie quería irse y perderse la batalla entre dos académicos de altura y decanato.
Mr. Montag, muy irritado, arrancó una línea recta del borde de su libro (un Ulises de dentro de treinta años, perfectamente conservado) e intentó clavarla en un hombro de Mr. Allman, que reaccionó, como buen arquero británico, utilizando la curva de la mesita como improvisada cuerda para contraatacar lanzando un vaso. Mr. Montag saltó de su asiento hacia una de las esquinas del café; el vaso se rompió contra la pared, y él sacó un ángulo recto que arrojó contra el interlocutor como un boomerang. Fue Mr. Allman quien tuvo que tirarse al suelo entonces, a su edad, y buscó a tientas las líneas de las redondeadas puntas de los zapatos de un cliente asustado. Las usó como distracción arrojadiza, porque lo que él quería en realidad era la circunferencia perfecta de una mesa, que al tirar encima de Mr. Montag obligó al adversario a caminar en círculos como un bucle.
miércoles, 10 de agosto de 2011
La fórmula del descenso
domingo, 7 de agosto de 2011
La discusión
martes, 2 de agosto de 2011
Conchita
Está armada por partida doble, porque además está histérica.
“CON-CHI-TA”, le digo, pero responde a mi llamada con la masacre de las cortinas. De repente la ONU se vuelve más inútil que nunca ante esta matanza indiscriminada. Me siento impotente mientras la tela chilla por su vida antes de salir por la ventana, y ninguna coalición de encajes quiere venir a su rescate. La política internacional de la industria textil, tan necesaria en otras ocasiones, es ahora poca cosa ante la punzante situación actual y me planteo que, mejor, vengan a mi rescate los sanitarios. Parece que tendré que apañarme con mi autotutela. La situación es dramática: Conchita se orina encima y el resultado es puramente corrosivo. Huelo a miedo, con este calor creo que a algo más, y creo que es hora de correr. Huelo a nervios y a adolescencia añorada. Conchita, con el poder que da un borde cortante, vuelve a la juventud histérica que la alumbró y parece que tiene ganas de quedarse aunque nadie la haya invitado.
Se tiene que estar bien en su posición, atizando navajazos al aire.
Porque Conchita tiene una navaja. Y entre la espuma de su boca y los restos de unas cortinas que nunca soportamos, ni propios ni extraños, creo que no me queda nada a lo que agarrarme, como en la letra de una canción pop. Nada a lo que agarrarme.
Nada serio. Quiero decir.
Hay que salir por las ventanas.
sábado, 30 de julio de 2011
ανάγνωση

En un principio coma todo era bastante confuso coma no siempre podían entenderse aquellos trazos sin dificultad punto y coma pero que un día coma como por arte de magia coma todo cambió punto seguido la lectura se había vuelto más simple coma más fácil coma y los lectores dejaron de confundirse tanto punto y aparte hasta las cosas más simples parecen nacidas de pequeños milagros dos puntos la puntuación había llegado al mundo punto final
miércoles, 27 de julio de 2011
Citas furtivas
“No diremos nada si tú no mencionas lo del niño que nos acabamos de comer”.
Aquellos eran siempre encuentros rápidos, de esos en los que apenas podía recomponerse el semblante o la ropa, algo que sin una tropa antidisturbios repartiendo palos era difícil de justificar. Sabía que una mancha en la camisa podría denunciarla, por eso siempre llevaba en la cartera unos pañuelos humedecidos o un frasco de colonia con aroma de bebé. Ay, bebés. En realidad la mera idea de olerlos lo hacía todo más difícil. Tendría que cambiar de fragancia, pero, por lo pronto, ése era el perfume que la sacaba del éxtasis y la arrojaba al piso, cargada de culpas y de algún anhelo suelto pegado al tacón. Sentía rabia de sí misma porque quería escapar de aquello, tomar el control de la situación, sin embargo el cuerpo le negaba ese derecho exigiendo papeleo y escudándose en una burocracia hormonal verdaderamente atroz e infernal. Se hundía cada vez más, con roedores y todo huyendo de ella en desbandada, en aquel océano de protección oficial. Los labios húmedos, la respiración entrecortada, la imagen de sus dientes clavándose en él evocaban historias recientes de canibalismo y romance, todo muy neo-pop, muy adolescente, muy tierno. Contrólate -se decía-, porque los que podrían hacerlo se han puesto en huelga y no veo al Ejército cerca; al final van a terminar descubriéndote, en cualquier momento va a llegar alguien, tal vez los niños, tu marido, tu otro marido, tus otros niños, la televisión privada buscando sangre. Pero no, sentía un deseo incontrolable de entrega y ya nada podía detenerlo. Sentada todavía en los escalones, suspiró resignada y se rindió a un cuarto encuentro. Banderita blanca y cuadro para la posteridad en algún museo: la rendición ante los dulces momentos de la vida. Se ató el cabello, se arremangó, musitó un conjuro chamánico aprendido en la clase de aerobic y finalmente sacó otra tableta de chocolate de la bolsa. La última de ese día, se juró, mientras pensaba ya en anuncios de empresas suizas, con ancianos incitando a aparearse con el cacao. La saliva se le volvía fugitiva de la boca.
sábado, 23 de julio de 2011
Monstruos
Larson, cuando los ve desde su ventana del cuarto piso merodeando por el patio, vacía un cazo de agua fría sobre los felinos, que bufan mientras escapan a la carrera de ese hombre tan antipático. Williams mira hacia arriba y le increpa para que no vuelva a hacerlo, “¿acaso le molestan?”, y él se mete de nuevo en su casa mientras gruñe.
Es tanto el odio que siente por los felinos que un día comienza a tirar bolitas de pollo envenenado desde su ventana. La señora Williams ha recogido a más de un pobre animal moribundo o muerto del todo, por desgracia lo de las siete vidas es falso.
Ya no quedan gatos.
Amparadas por la oscuridad y con alevosía, son ahora las ratas las que campan a su antojo por las esquinas. Esta noche el señor Larson ha tenido una desagradable visión cuando estaba sentado delante del televisor. Una rata tan grande como un gato ha atravesado el pasillo en dirección a la cocina. Odia las ratas. Son monstruos de cuatro patas, dice.
miércoles, 20 de julio de 2011
Redundancia
Nunca he vuelto a verla, pero recuerdo, con mayor asiduidad de la que deseo, ese último encuentro con el que ahora mi cabeza trata de atormentarme. Sin suerte, por cierto.
Odio el calor. Y ese maldito día de agosto del año más insignificante que albergo en la memoria, no era caluroso sino infernal. Quizá fuera ese el motivo que me llevó a descolgar el teléfono. Con inusitada violencia le espeté que necesitaba verla de forma inmediata en mi apartamento. Lucía accedió sin poner objeciones, tal vez pensando en una reconciliación, pues ella siempre ha sido dada al enamoramiento mental. Para algunas personas, las separaciones siempre son asuntos deliberadamente complicados y muchas veces uno desea escarbar en tierra ya batida para tratar de encontrar el olor de su propia micción.
Lo había calculado todo con vehemencia. Desde la plastificación del maletero del coche, hasta la compactación de la basura por parte de un funcionario que por dinero no preguntaba más de la cuenta. Pero todos mis cálculos se esfumaron en el mismo instante en que cruzó el quicio de roble de la puerta acorazada, y entonces me di cuenta de la redundancia que supondría matar a una mujer que ya estaba muerta para mí. Lucía me miró con obscenidad y sentí que deseaba que rompiéramos los años de silencio sobre el desgastado colchón de mi habitación.
En algún respiro, dejaba caer mi brazo, palpando con éxtasis el barnizado mango del martillo que yacía bajo la cama, pero ella volvía a manejarme a su antojo haciéndome olvidar de nuevo mi propósito. La idea entraba y salía de mi mente como un clavo ardiendo. La redundancia concurría nuevamente, con martillazos o sin ellos.
lunes, 18 de julio de 2011
Desinfectando almas
Immin, que no sabe mucho de ninguna cosa, observa desde su posición vertical un cielo salpicado de incontables nubes, aunque hoy, por desgracia, no amenazan con tormenta. La temperatura a esta hora de la mañana es demasiado alta para la época del año, pero es agradable sentir calor cuando otros están helados. Las voces que le rodean son amortiguadas por el grave crepitar de las primeras ramas. A pesar de la situación, no puede evitar sonreír al ver como las asquerosas viejas se cubren con sus mantones de luto mientras castañetean sus dientes, o lo que queda de ellos, con gélida violencia.
Expiar los pecados a más de cuatrocientos grados es lo que hace ahora mientras se le deshace la sonrisa ante la atenta mirada de un ingente grupo de malditos pirómanos. Ellos sí, y no él, le verán la cara al diablo.
viernes, 15 de julio de 2011
Nudo
La primera vez pensé que efectivamente lo había soñado, pero a la larga comprendí que siempre ocurre lo mismo: cuando termino la faena, cuando los ojos van a cerrarse y me noto más cansado, despierto otra vez, antes de que haya pasado nada, en otro lugar. Sobre mi cama junto a mi mujer, en el coche, en la oficina escuchando a alguien gritarme. Soy la misma persona sin cortes en los brazos, sin sogas al cuello, sin pastillas en el aparato digestivo, sin el sabor a moneda en el paladar. Vuelvo a tomar aire y mis pulmones se abrasan como si funcionaran por primera vez. Volver a nacer con cuarenta años y una molesta sensación de frustración y fracaso.
Cuando intento hablar con alguien de esto, cuando quiero confesarme como suicida interminable, las palabras justas, o más bien las necesarias, no salen de mi garganta, que se cierra como si la estrujaran con un puño de acero, y todo lo que se oye de mí es un pequeño nudo, un quejido lastimero de lo más profundo del pecho. Entonces me preguntan si me encuentro mal, y si estoy enfermo, porque da la impresión de que quiero vomitar.
A veces me cruzo con alguien por la calle que me coge de la mano, de un brazo o de un hombro, y me mira, como suplicante y realmente desesperado, sin decirme nada. Solo brota de él un quejido lastimero.
martes, 12 de julio de 2011
Claroscuro en re bemol
viernes, 8 de julio de 2011
Tres de un par perfecto
Por cierto, ¡bienvenidos!
Hasta que pasaron muchos años y crecimos no supe que los que disfrutamos de las películas de superhéroes como chiquillos fuimos tres y no dos; que los que robábamos pornografía en el kiosko de la esquina para verla después a escondidas fuimos tres, y no dos; que fuimos tres los que nos liamos a tortas con los del otro barrio, aunque todo el mundo supiera que los que necesitamos puntos de sutura fuimos dos. Pensaba que acabamos juntos nuestro primer videojuego, como dúo, pero en realidad fuimos un trío de mañosos con ojeras y dolor en los dedos. Y éramos tres para ir a ver los partidos, aunque solo nos cobraran a dos.
Hasta mucho después solo fuimos dos los que perseguimos a la misma chica, aunque luego supe que había un tercer pretendiente, como supe que hubo un tercer implicado en mis primeros coqueteos con el tabaco, el alcohol y alguna droga más. Nunca sabré si este tercero disfrutaba tanto como nosotros dos de esas largas tardes de heavy metal, primero, y alternativo, después, en mi habitación. Era un convidado silencioso.
No supe, hasta que como hombre le vi tomar aquellas pastillas, que los dos amigos inseparables habían sido algo más, que esa pareja perfecta e indisoluble, ese canto infantil y adolescente a la camaradería, lo habían formado tres, y no dos.
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Desde muy cerca, los dos, mi padre y yo, acompañábamos el ataúd. Con gran dificultad lo cargaban unos campesinos de la hacienda, unos miserables a los que mi abuelo había explotado durante toda su vida. Otro centenar de infelices seguía el cortejo fúnebre desde las casuchas, escondidos sus ojos detrás de las cortinas, temerosos de que mi abuelo rompiera la tapa del féretro y volviese a martirizarlos como lo había hecho por años.
Al volver a la hacienda, mi padre se sentó un largo rato en el sillón de mi abuelo, hasta que, enfurecido, dio un golpe sobre el escritorio y pareció aceptar el Hado perverso que siempre flotó en ese cuarto. Entonces fue él quien pasó a hostilizar a los campesinos, y ellos obedecieron, como de costumbre.
Hoy mi padre está siendo sepultado y los miserables esperan que el tercero de la dinastía tome la actitud habitual, pero yo ya tengo una lata de combustible a mano, con ella voy a encender mi propio Destino y a apagar el de ellos.
El fuego borrará mi culpa y el agua lavará nuestras manos.
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Es curioso el ruido que hace el silencio a las tres de la mañana.
Cansado de esnifar la contaminada rutina de la ciudad y su maldito y continuo ajetreo, busqué una salida; la encontré en este paraje aislado del mundo. Desde entonces, me despierto cada día en mitad de la noche sobresaltado por el aparentemente imperceptible grito del silencio. El mío, sin embargo, no es mudo, así que lo ahogo contra la almohada para no delatarme ante la que yace, desde hace días, sobre el enrojecido colchón.
Aún pienso qué fue lo que me llevó a cortar su cuerpo en dos partes, aunque tal vez sea ese morbo que siempre me han producido los tríos.