Ni una ni dos. Tres, tres veces en un solo día. Tres citas furtivas, nada menos. Peor que en un documental de depredadores, ahí estaba ella, en su propia jungla. Sus manos pegajosas denunciaban al amante. Una, otra y otra vez, se había entregado ávida aunque afligida -cual monja en un cine XXX- al momento de placer. Sentada en las escaleras sucias, vigilaba las sombras, que de vez en cuando le guiñaban un ojo, o miles de ellos, cómplices.
“No diremos nada si tú no mencionas lo del niño que nos acabamos de comer”.
Aquellos eran siempre encuentros rápidos, de esos en los que apenas podía recomponerse el semblante o la ropa, algo que sin una tropa antidisturbios repartiendo palos era difícil de justificar. Sabía que una mancha en la camisa podría denunciarla, por eso siempre llevaba en la cartera unos pañuelos humedecidos o un frasco de colonia con aroma de bebé. Ay, bebés. En realidad la mera idea de olerlos lo hacía todo más difícil. Tendría que cambiar de fragancia, pero, por lo pronto, ése era el perfume que la sacaba del éxtasis y la arrojaba al piso, cargada de culpas y de algún anhelo suelto pegado al tacón. Sentía rabia de sí misma porque quería escapar de aquello, tomar el control de la situación, sin embargo el cuerpo le negaba ese derecho exigiendo papeleo y escudándose en una burocracia hormonal verdaderamente atroz e infernal. Se hundía cada vez más, con roedores y todo huyendo de ella en desbandada, en aquel océano de protección oficial. Los labios húmedos, la respiración entrecortada, la imagen de sus dientes clavándose en él evocaban historias recientes de canibalismo y romance, todo muy neo-pop, muy adolescente, muy tierno. Contrólate -se decía-, porque los que podrían hacerlo se han puesto en huelga y no veo al Ejército cerca; al final van a terminar descubriéndote, en cualquier momento va a llegar alguien, tal vez los niños, tu marido, tu otro marido, tus otros niños, la televisión privada buscando sangre. Pero no, sentía un deseo incontrolable de entrega y ya nada podía detenerlo. Sentada todavía en los escalones, suspiró resignada y se rindió a un cuarto encuentro. Banderita blanca y cuadro para la posteridad en algún museo: la rendición ante los dulces momentos de la vida. Se ató el cabello, se arremangó, musitó un conjuro chamánico aprendido en la clase de aerobic y finalmente sacó otra tableta de chocolate de la bolsa. La última de ese día, se juró, mientras pensaba ya en anuncios de empresas suizas, con ancianos incitando a aparearse con el cacao. La saliva se le volvía fugitiva de la boca.
Este relato necesita varias lecturas. Quise ser la primera pero posiblemente vuelva después de haberle dedicado el tiempo que merece. De un primer vistazo pienso: ¿bulimia? Publicidad de chocolate no me convence por la culpa. Es un gran trabajo que hace sacar humo al cerebro, al menos al mío a las 10 de la mañana y corriendo. Me gustó mucho esta historia de tentaciones, placer y culpas.
ResponderEliminarPues estoy con Ana (felicidades por ayer),me ha costado entender, es enrevesado de narices, juraría que el autor es alabamiense pero ya no sé. No sé si he entendido que se trata de una bulímica o de una ninfómana que consuela a base de chocolate su deseo sexual.
ResponderEliminarEsto es una montaña rusa. Si me recupero del mareo, volveré. Aparte de bulimia y ninfomanía tal vez se pueda añadir culpa, un toque de locura, dificultad de controlar sus impulsos...un cuadro completo. Espera... ¿menopausia?
ResponderEliminarHolis. No sé para que ponerle tantos nombres difíciles, es una señora que vuelca su sexualidad mandándose unos cuantos chocolates. me la imagino gorda y desaliñada y llena de culpas. un relato mas complejo que los anteriores, escrito por una pluma que sabe lo que hace. no me juego por ninguno, pueden haber sido los tres. talento no les falta. besos desde argentina. Stefi
ResponderEliminarNo poder gestionar tus propios impulsos dejando que gobiernen tu vida...pal psiquiatra!!!
ResponderEliminarBesos desde el aire
Lo he leido varias veces y mas lo leo, mas gusto de esto, me encantan las descripciones y eso del niño que se acaban de comer.
ResponderEliminarGracias por compartir.
La frase del niño me mata. Releo lo demás pero me queda ahí esa frase una y otra vez.
ResponderEliminarsaludillos
Os leo por primera vez y sólo puedo deciros que volveré!
ResponderEliminarMuy buen relato!
Un saludo
Releo y releo y saco varias lecturas, pero en todas me descoloca lo de comer niños. Me quedo totalmente intrigada.
ResponderEliminarMuy bueno este relato te hace divagar por un rato entre momentos de sexualidad y la ansiedad por la gula del chocolate, me gusto mucho felicitaciones a quien lo escribio, saludos desde Guatemala SL
ResponderEliminarAy, qué suerte! Vuelvo reconfortada al ver que se le complicó un poco a todos. Para mí es una lección, porque no suelo perdonarme una sola distracción. Bueno, gorda no me la imaginé porque todo venía con las revolcadas y el placer... sí pasó por mi cabeza la palabra "enrevesado" que dice Aina. Pero aún así ¡¡¡es muy bueno!!!
ResponderEliminar¡Vaya! Y luego hay quien dice que yo me enrollo escribiendo (o hablando...)
ResponderEliminarNada, no me tentais: vengo del dentista y cuando le hinque el diente... se va a enterar ¡ja ja ja ja!
¡Pum, pum, pum! Uno para cada.
Biquiños.
Carmen.
Bueno! un micro verdaderamente sagaz, está relatado de manera muy divertida e inteligente. Tal vez sea un poco complejo, pero para cosas simples voy y leo a poldy bird, si es que se escribe así jaja.
ResponderEliminarAbrazos a los autores. Leo
Oh ¡¡ ¿Canibalismo? jajja ,muy bueno.
ResponderEliminar¡Hola, amigos!
ResponderEliminarQueremos Agradecer vuestros comentarios.
En nuestro último encuentro en las Islas Fidji, entre trago y trago, nos pusimos a hablar acerca de este texto y llegamos a la conclusión de que probablemente haya sido un tanto más complejo que los anteriores. Al escuchar la palabra “anteriores” (o “tanto”, ya no lo recuerdo) Sucede golpeó la mesa de cañas e hizo volar por los aires los ananás rellenos con vodka, tratando de hacernos entender, tanto a Alabama como a mí, que ése había sido exactamente el objetivo, crear un texto atípico, intentar una experiencia nueva en nuestra manera de relatar. Aseguró que este espacio tenía como intención, entre otras, diversificarnos, transgredirnos. Yo entonces me callé la boca y sólo hablé para decir que vendría a agradecer. La borrachera nos duro bastante.
Un abrazo de seis manos.