miércoles, 10 de agosto de 2011
La fórmula del descenso
La noche raja de manera espectacular un día plagado de sombras en este París afónico. Se pueden escuchar a las cucarachas arrastrar sus negros caparazones por las aceras mojadas que subyacen bajo las toneladas de hierro pudelado de la torre Eiffel. Su pelo rubio oscila al viento a doscientos setenta y seis metros de altura, en el último nivel visitable de la mastodóntica torre. Las heridas que abre la felonía no son fáciles de suturar, pero conoce una fórmula que nunca falla, como esa de que dos más dos, casi siempre, son cuatro. Los campos Elíseos cada vez se ven más cerca, cuando el revuelo del cabello lo permite con sus antagónicas y onduladas interferencias sobre los azulados irises, claro. Los metálicos metros transcurren a toda velocidad mientras el traidor, ajeno a la locura, besa los labios de una desconocida. Y es el terrible impacto el resultado de esa fórmula que nunca falla en la que ella pensaba y en la que, afortunadamente, ya no piensa.
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Todo París, excepto sus cucarachas (¿son paraguas o autos vistos desde las alturas?), calla ante la decisión de marchar de ella. No sé si es cosa mía pero veo un buen juego entre la altura y un surrealismo descriptivo de la escena, ¿puede ser?
ResponderEliminarLo que puede pasar a esas alturas por la cabeza solo se sabe si se está allí.
ResponderEliminarGenial, he estado allí arriba sintiendo ese viento en mi cabello.
Besitos y sonrisas al viento :))
Pensamientos ilarantes
ResponderEliminarviendo el suelo acercarse
quiza pensando por pequelos instantes
que es imposible el no matarse.
Relato que nos encierra en su lectura, magnifico en verdad, gracias por compartirlo. desde Guatemala SL
Paris no existe. ¿Quién dice que dos más dos son cuatro?. Por lo demás... me encanta jeje
ResponderEliminarSaludillos
Lo peor de todo no es el impacto, ni lo que viene tras el.
ResponderEliminarLo peor son los 276 metros de mente despierta y cabal.
O tal vez la adrenalina impide pensar?...
Me temo que no.
Abrazos, amigos.
Ricard
Bueno, pues a pesar de todo me encanta vivir este impacto.
ResponderEliminarBesitos
Excelente. Un relato magistral. Un abrazo.
ResponderEliminarNo conozco París pero a veces siento que si. Es extraño.
ResponderEliminar¿Los traidores siempre andan ajenos a la locura o es que están tan metidos dentro de ella que no se dan cuenta de que son ellos, precísamente, su esencia?
ResponderEliminarBiquiños por tres!
Yo creo que no, la traición no tiene por qué ser locura. Puede ser cansancio, indiferencia, un basta. Pero decidir esa caída solo por un sueño de amor, creo que en definitiva es sólo un sueño que acaba o con la caída o con la vida, otro día, más adelante. No vale la pena estrellarse...
ResponderEliminarMuy bueno! Felicitaciones a los 3 por las dudas... y toda la felicidad al flamante papá!
Qué difícil es pensar en un momento así, la traición hace que Paris parezca una alcantarilla.
ResponderEliminarBesos a los tres.
Sabri!!
París afónico, casi es imposible, a no ser porque el zumbido del aire al caer no permite escuchar nngún otro sonido. Una obra de arte, amigo Humberto.
ResponderEliminarUn saludo.
Con todo respeto, Merche, pero este espacio NO es mío, sólo me corresponde un, digamos, 33,333333%.
ResponderEliminarYo te agradezco el comentario, pero vamos a ampliar el halago a mis otros dos colegas, quienes lo merecen -seguramente- más que yo:
Sucede.
El hombre de Alabama.
Me gustaría que esto quedase MÁS que claro, aquí subimos textos tres personas.
Un saludo.
HD
Hola Humberto
ResponderEliminarGracias por pasarte por mi blog y dejar un comentario.
Me gustan tus relatos, así que seguiremos en contacto. Pongo un enlace para seguirte mejor
Un abrazo muy caluroso desde este Madrid con altas temperaturas
Luz
Bueno... aquí se aprecia la profundidad con la que algunos leen las entradas o comentarios.
ResponderEliminarAupa gente!!
ResponderEliminarLo primero, gracias en nombre de LOS TRES, sí, sí, somos tres, ni uno ni dos, TRES, jaja. Ya sé que la mayoría lo sabéis, pero que os parece estos a los que hay que explicarles una y otra vez que este es un sitio en el que escriben tres personas?
Por cierto Ele, saludos desde Euskal Herria a tu fría Zaragoza... jajaja
Abrazos a todos (incluido Ele y su despiste)!!
Generalmente siempre se intenta que las heridas cierren... pero a veces eso no pasa y la herida nos come. Que triste...
ResponderEliminarGenial el relato, sentí el viento, el ahogo del viento en el descenso... Me gusto mucho
Tres grandes besos!!
Un placer leer el relato.
ResponderEliminarDel suelo no pasó fijo , fijo.
Gracias mil por tu huella bloguera en mi blog , tu blog amigo.
Feliz fin de semana.
Un abrazo de MA.
Ella es al fin libre*
ResponderEliminarBesos con gotitas de agua!
Gracias por pasar:)
ResponderEliminarEse impacto del que hablas da sensacion de libertad, soltar adrenalina< en un momento de agobio.
Besitos
Me encanto el relato, en especial la frase que alude al beso del desconocido. A partir de hoy, si me lo permites, seré un intruso más de tu blog.
ResponderEliminarCada uno nos tomamos las cosas de una manera y nadie debe juzgar a nadie. Pero por una traición amorosa nunca debemos perder la vida. Si acaso cometer un asesinato jajaja (es broma). Lo siento pero no me gustan los finales en los que muere ella. En serio, extraordinario escrito. Tres bessitos
ResponderEliminar¡Hola!
ResponderEliminarMe acabo de hacer un blog y me gustaría que me siguieras; ahora mismo se que está soso, pero con el tiempo espero que esté mucho mejor y que te guste.
Acabo de comprobar que el despiste es un ser vivo. Porque se reproduce que da miedo. Je.
ResponderEliminarAhora que leí Euskal Herria, aprovecho para contarle a Sucede que tengo ancestros vascos, sin detalle porque no conocí ni uno, sólo queda el apellido. Y que estudié en un colegio vasco-francés, de la lengua vasca sólo aprendí el himno...
Bonito texto, me gusta cada descripción que suavizas al escribir.. qué bonito detalle el de las cucarachas.
ResponderEliminar:)