Esta vez somos los tres los que ideamos una historia diferente bajo un mismo título.
Por cierto, ¡bienvenidos!
Hasta que pasaron muchos años y crecimos no supe que los que disfrutamos de las películas de superhéroes como chiquillos fuimos tres y no dos; que los que robábamos pornografía en el kiosko de la esquina para verla después a escondidas fuimos tres, y no dos; que fuimos tres los que nos liamos a tortas con los del otro barrio, aunque todo el mundo supiera que los que necesitamos puntos de sutura fuimos dos. Pensaba que acabamos juntos nuestro primer videojuego, como dúo, pero en realidad fuimos un trío de mañosos con ojeras y dolor en los dedos. Y éramos tres para ir a ver los partidos, aunque solo nos cobraran a dos.
Hasta mucho después solo fuimos dos los que perseguimos a la misma chica, aunque luego supe que había un tercer pretendiente, como supe que hubo un tercer implicado en mis primeros coqueteos con el tabaco, el alcohol y alguna droga más. Nunca sabré si este tercero disfrutaba tanto como nosotros dos de esas largas tardes de
heavy metal, primero, y
alternativo, después, en mi habitación. Era un convidado silencioso.
No supe, hasta que como hombre le vi tomar aquellas pastillas, que los dos amigos inseparables habían sido algo más, que esa pareja perfecta e indisoluble, ese canto infantil y adolescente a la camaradería, lo habían formado tres, y no dos.
*************************************
Desde muy cerca, los dos, mi padre y yo, acompañábamos el ataúd. Con gran dificultad lo cargaban unos campesinos de la hacienda, unos miserables a los que mi abuelo había explotado durante toda su vida. Otro centenar de infelices seguía el cortejo fúnebre desde las casuchas, escondidos sus ojos detrás de las cortinas, temerosos de que mi abuelo rompiera la tapa del féretro y volviese a martirizarlos como lo había hecho por años.
Al volver a la hacienda, mi padre se sentó un largo rato en el sillón de mi abuelo, hasta que, enfurecido, dio un golpe sobre el escritorio y pareció aceptar el Hado perverso que siempre flotó en ese cuarto. Entonces fue él quien pasó a hostilizar a los campesinos, y ellos obedecieron, como de costumbre.
Hoy mi padre está siendo sepultado y los miserables esperan que el tercero de la dinastía tome la actitud habitual, pero yo ya tengo una lata de combustible a mano, con ella voy a encender mi propio Destino y a apagar el de ellos.
El fuego borrará mi culpa y el agua lavará nuestras manos.
*************************************
Es curioso el ruido que hace el silencio a las tres de la mañana.
Cansado de esnifar la contaminada rutina de la ciudad y su maldito y continuo ajetreo, busqué una salida; la encontré en este paraje aislado del mundo. Desde entonces, me despierto cada día en mitad de la noche sobresaltado por el aparentemente imperceptible grito del silencio. El mío, sin embargo, no es mudo, así que lo ahogo contra la almohada para no delatarme ante la que yace, desde hace días, sobre el enrojecido colchón.
Aún pienso qué fue lo que me llevó a cortar su cuerpo en dos partes, aunque tal vez sea ese morbo que siempre me han producido los tríos.