viernes, 6 de julio de 2012

La guerra de las moscas


Con intrépida creatividad, los cronistas supervivientes la llamaron “La guerra de las moscas”. Establecer con algo parecido a la precisión la fecha de su inicio es una tarea hercúlea, es hacer de Sísifo en la Historia; los invasores, si es que se les puede llamar así, dejaron poco para trabajar a los pocos curiosos que quisieron hacerse cargo. Es por ello que, en su lugar del cuándo, los cronistas de hoy prefieren centrarse en el qué, mucho más a salvo en la tradición oral.

Ese qué aún susurra miedo entre los hombres. Parece ser que en un momento poco determinado de nuestra Historia reciente los insectos se alzaron contra nuestra especie de forma inesperada, repentina y violenta. Nos ha llegado parte de la extrañeza y la duda de nuestros antepasados cuando vieron llegar, contadas por miles de millones, legiones de coleópteros sobre el horizonte de lo que solía ser Nueva York. Las abejas pasaron “a aguijón” a buena parte de Europa, que hoy nos está prohibida. Otros testimonios hablan de cómo un lugar llamado Texas fue engullido por hormigas. De ese lugar, en visitas muy posteriores, solo se han encontrado acantilados y quebradas. Se dedujo que algo de cierto debía de haber en todo aquello.

Los invasores dejaron poco, muy poco para nadie. Porque, dicen, eran imparables; y aunque los viejos cuentan que en los tiempos de antes de la guerra existían cosas llamadas “insecticidas” o “matamoscas”, de poco sirvieron para detener a los atacantes. Es posible que, en los contraataques que se sucedieron, fueran exterminados millones de ellos, pero, como ejército, era casi infinito. Oleada tras oleada en todas las gamas de colores se abalanzaron sobre la Humanidad hasta que la devolvieron a sus orígenes y la obligaron a huir, a recluirse, a pasar hambre, frío y miedo, a no volver jamás a lo que antes, quizá con algo de soberbia y posesión, llamaba su hogar.

Los más viejos, aquellos primeros supervivientes de los primeros años de la guerra, evitan llamar a los insectos “invasores” porque, para ellos, en realidad los que sobrábamos éramos nosotros, y el pecado de nuestra especie fue la osadía de pensar que todo era nuestro. El mundo solo nos puso en nuestro lugar, y se vio que éramos demasiado débiles para evitarlo. Al parecer, y tal vez sea una de las pocas cosas que últimamente quedan por creer, lo estiramos todo demasiado.

domingo, 1 de julio de 2012

El beso

Enloquecido por tan bellos labios, el muchacho se zambullía en la boca de su novia, la recorría -una y otra vez- por los diferentes recovecos. Ella se contorsionaba y gemía, pero no tenía el valor para decirle que estaba con aftas.