miércoles, 18 de abril de 2012

Percepción


[…] Desde el punto de vista de un cactus en Tel Aviv es posible que ni siquiera hubiera existido la última guerra nuclear. Es un punto de vista al menos aceptable: un cactus no tendría ninguna posibilidad real de conocer, como entidad, al Estado de Israel, ni a sus enemigos iraníes, porque de todos modos no eran sus enemigos. Nunca podría haber concebido Panasia, el colapso ruso, ni la nueva histeria a la europea.

Quizá pudiera notar la radiación, aunque solo fuera como una nueva y desagradable condición ambiental. Eso, a fin de cuentas,  solía ser ciencia. Pero, sensorialmente, el silbido de los balísticos intercontinentales rasgando el cielo está a otro nivel, requiere algo más de percepción. Las explosiones serían poco más que aire, agitación y calor. La sangre sobre la tierra tal vez pudiera nutrir, en algún magnífico caso de adaptación. Un cactus en Tel Aviv, fundamentalmente, no hubiera podido entender los gritos de un país que se desgarra, y no solo por el agresivo ruido de las ametralladoras.

Si, y solo si, llegara a caer sobre él la prometida lluvia ácida, quedaría como testigo de algún tipo desastre medioambiental. Nunca, jamás, una guerra atómica que no ha tenido la capacidad de entender. Tal vez, recorrido por las cucarachas que sobrevivieron al sionismo, el cactus pudo haber extrañado el Sol. Pero, si aún vive alzado y no lo han enterrado el polvo, la ceniza y el azufre, es improbable que sepa que se lo arrancaron el miedo y la locura.

martes, 10 de abril de 2012

Acatarsia

Enrique VIII de Inglaterra se lavó por primera vez las piernas a los siete años. Tendría un poco más de 18 cuando se lavó el torso. La cabeza no se la higienizó jamás. El primer baño completo se lo dieron el 30 de enero de 1547, estaba muerto hacía dos días. No debería sorprendernos que esta historia huela tan mal, ya desde el título.