jueves, 31 de mayo de 2012

Esteta


Después de tanto buscar, por fin había encontrado la mujer que sus afanes estéticos habían prefigurado: no tenía celulitis ni michelines en la cintura, su voz sonaba profunda y aterciopelada, su mirada era penetrante y sincera. Sólo un detalle le incomodaba: ambos usaban la misma marca de crema de afeitar.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Cuando decidan ahorcarnos


He pensado en invadir Rusia o en redactar un tratado químico. Sí; muchas veces he tratado de imaginar cuántas veces escupirían a los nombres tallados en los maderos que colgarían sobre nuestros cuellos ahorcados, y cuánto y con qué intensidad maldecirían nuestros nombres como mantra. La realidad, a la que a punto estuvimos de entregarle todo, tal vez nos vino grande, así que siempre podremos conformarnos con el plástico que la cubre. Quizá lo escuchemos crujir y por eso toquen las campanas. Quizá por eso nos acaben ahorcando.

A veces me ha llegado la tentación, como una inspiración malsana, de apedrear un blindado israelí. Otras, de limpiar Oriente Medio y extender la Europa a su costa. Y entonces, quien sabe, quizá nos ahorquen también por eso.

Por civilizados.

viernes, 4 de mayo de 2012

Barniz

Cada noche un escalofrío me recorre como la uña del diablo y me postra en el suelo boca abajo. Entonces percibo el olor amargo y penetrante del barniz hasta que me lloran los ojos. El pasillo está lleno de dragones exhalando fuego por sus bocas llenas de cuchillos; en los descansos expulsan el humo por sus fosas nasales como tubos de escape de un camión Pegaso que se olvidó hace veinte años de cambiar el aceite. Espolearía sus lomos con furia provocando unas llamas más intensas; las dirigiría contra todo, contra todos, esperando que se derritieran como si fueran de cera. Una vela a punto de consumirse se abre paso entre las bestias. La porta mi madre en su temblorosa mano. Y es la única persona que calma mis instintos. Se difuminan los dragones pasando a un segundo plano y comienzan las arcadas, y las babas, y los mocos que inundan mi garganta disminuyendo la entrada y salida de aire. Ya no lloro por el barniz, lloro por la impotencia. Y cuando acaban las sacudidas despego mi cara de la tarima, por la que discurren sangre y saliva, sudor y lágrimas. Me acoge en su seno la noche y me transporta hasta el más plácido de los sueños. Sueño con el barniz que se secó hace diez años y con la muerte que exprimió mi alma como a mi media naranja, porque un abril de hace diez años morí por primera vez, y desde entonces ni ceso ni quiero cesar de morir.